Educar es creer que un mundo mejor es posible

Es interesante preguntarse de vez en cuando qué lugar ocupamos como educadores: ¿reproduciendo, quedando al margen o desde la oposición, buscando prácticas alternativas a escondidas de nuestros superiores, o es que hay otra forma de incidir como educadores en nuestra práctica?

Siempre se dice que todo cambio comienza desde lo que puede hacer uno[1], en su contexto y desde sus posibilidades, generando espacios para discutir y analizar nuestras prácticas. Analizándolas críticamente y nunca en solitario, encerrados en nuestra propia percepción. Se hace necesario el trabajo en equipo: consultar, escuchar y dejarse proponer por otros, colegas, auditores, educandos, compañeros de trabajo, etc.

Tal vez no cambie todo de un día para el otro, mas podemos desde ya fomentar la capacidad de discutir, de poner en cuestionamiento lo normalizado. Crear, imaginar y tener plena confianza en las capacidades que tenemos como seres humanos. La creación y la imaginación son parte de nuestro ser y pueden desarrollarse, sólo hace falta ponerlas en juego: nuestro trabajo en la educación es prueba de ello. Nuestra existencia como especie humana lo es.

No veo por qué no pensar que otra escuela y otra sociedad son posibles. Ayudar a las personas a que sean conscientes de su presencia en el mundo y que pueden cambiarlo es un camino para ello, incierto, pero sin duda diferente al que se ha transitado. Las políticas educativas actualmente en marcha en nuestro país se orientan en dirección al cambio. Y las políticas educativas, así como la normativa vigente, son producto del espíritu de una generación que desea superarse, que cree en la esperanza, que anhela la libertad y el progreso.

Hasta ahora hemos intentado controlar(nos) en la mayoría de nuestros deseos y necesidades por temor a la barbarie. Freud planteaba que, creyendo estar en control de nuestras emociones, caíamos presa de nuestros deseos inconscientes. Humberto Maturana dice: “Lo humano se constituye en el entrelazamiento de lo emocional con lo racional. Lo racional se constituye en las coherencias operacionales de los sistemas argumentativos que construimos en el lenguaje para defender o justificar nuestras acciones. Corrientemente vivimos nuestros argumentos racionales sin hacer referencia a las emociones en que se fundan, porque no sabemos que ellos y todas nuestras acciones tienen un fundamento emocional, y creemos que tal condición sería una limitación a nuestro ser racional. Pero ¿es el fundamento emocional de lo racional una limitación? ¡No! Al contrario: es su condición de posibilidad”[2].

Conocer y dejar ser, puede ser un camino viable y mucho más natural. Hasta ahora he podido ver que resulta muchísimo más eficaz que el mecanismo del (auto)control. Una vez que (nos) dejamos ser, que (nos) podemos observar, entender y comprender, recién ahí podemos hacer(nos) cambios, siempre y cuando pongamos voluntad en ello, y contemos con la voluntad de los otros.

Citando a Freire: “Una educación humanizadora es el camino a través del cual los hombres y mujeres pueden tomar conciencia de su presencia en el mundo en la manera que ellos y ellas piensan y actúan cuando desarrollan todas sus capacidades, teniendo en cuenta sus necesidades pero también las necesidades y aspiraciones de los demás”[3]. Si tomamos en cuenta las necesidades y aspiraciones de nuestros estudiantes, así como de nuestros colegas, vecinos, familiares, pronto descubriremos algo fantástico/mágico, puedo dar testimonio de ello: que nos encontraremos cada vez más en situaciones donde nuestras propias necesidades y aspiraciones son tomadas en cuenta por otros.

El proceso de aprendizaje es un proceso individual que incluye la experimentación, la observación y el estudio de la realidad, sumado a la instrucción del individuo, todo ello sintetizado por la reflexión. Estos procesos según si son voluntarios y/o intencionales, o involuntarios y/o no intencionales, tendrán un impacto diferente en el ser humano: La experimentación es un proceso que puede ser voluntario, pero que en la mayoría de los casos es involuntario. No se puede elegir qué cosas experimentar en la mayoría de los casos. Tal vez, después de cierta edad, se puede escoger en qué ambientes moverse, con qué personas rodearse. Pero la familia, los maestros, y el ámbito escolar, hasta incluso el grupo de alumnos no son una opción, especialmente para el niño, como tampoco lo son el barrio, la ciudad y el país donde éste nace y/o crece. Digamos, entonces, que se puede elegir qué experimentar, pero dentro de ciertos parámetros bien definidos por el entorno en el que nos toca vivir.

La observación tiene una gran cuota de individualidad pero no necesariamente de voluntad o intención. Durante el desarrollo de la personalidad, los otros factores del proceso de aprendizaje condicionan la reflexión, las nuevas experiencias y observaciones. Digamos también que dentro de lo observable, se puede elegir qué observar. Aunque, esas elecciones dependen en gran medida de los procesos anteriores, pues cada individuo observa y pone énfasis en tal o cual aspecto a la luz de todo lo anterior. Puede verse en el Informe del Inspector Yáñez, cómo puso énfasis en determinados aspectos mientras que otros parece ni siquiera haberlos notado. Puede verse cada vez que alguien nos señala algo que no habíamos notado, aun en nuestro propio comportamiento.

La reflexión, aparentemente, sería el proceso sobre el cual habría mayor voluntad o intencionalidad. Yo diría, pues, que si en la reflexión retomamos el hilo de nuestra voluntad, entonces aprovechemos para reflexionar acerca de cómo mejorar, cómo aportar, cómo ayudar, cómo cambiar para lograr nuestras metas y las de los demás, en lugar de cómo proyectar lo peor de nosotros sobre los esfuerzos de los demás.

Por otra parte, la instrucción es el único proceso cuya iniciativa, al menos en el modelo educativo actual, no parte de la voluntad o intencionalidad del individuo. El problema que presenta la educación obligatoria no es en sí su obligatoriedad, sino la obligatoriedad de los contenidos educativos. El hecho de que un grupo determinado de alumnos tenga como única opción adquirir ciertos saberes, ciertos procedimientos y ciertas competencias para pasar al siguiente nivel, y así sucesivamente, es un proceso que se ha perpetuado desde la época industrial, que violenta el sano desarrollo individual y nos ha conducido, por caminos sinuosos, a la situación en la que nos encontramos.

Lo políticamente intencionado de manera explícita es que los contenidos cambian según la voluntad de dirigir el cambio social y la pretensión de crear conciencias o mentalidades. De ese modo, en 1973 los estudiantes encabezaban sus hojas con la fecha del día acompañada de la frase “año de la orientalidad”; muchos contenidos y asignaturas fueron retirados y otros fueron reformados para instruir según el modelo militar dominante en ese momento histórico. Al terminar la dictadura, materias curriculares como música y artes plásticas reaparecieron en el sistema educativo formal, y se pasó por una serie de reformas con espíritus diversos, pero que compartían una característica común: que el criterio de selección de los contenidos se basaba en la voluntad política dominante de turno. A lo largo de un proceso engorroso donde docentes, gremialistas, autoridades locales y nacionales, organismos internacionales y demás intentaron imprimir a la educación la marca de su presencia, la educación ha ido transformándose en lo que muchos percibimos como un caos institucional, legal y, sobre todo, de sentido.

Pero por fuera de todo esto, la gran dificultad que enfrenta la educación actual, es que a una preocupante mayoría de los estudiantes no parece interesarle los contenidos que en este momento han sido seleccionados para serles entregados. Se hace difícil alcanzar la voluntad y la intencionalidad de los estudiantes para aprender lo que la escuela enseña. ¿Por qué? Sencillamente porque nadie les pregunta.

A esto hay que agregar que nadie aprende lo que no quiere aprender, al menos no conscientemente. Por eso, para muchos, el gran problema al que se enfrenta la educación actual (tan repetido que cuesta decirlo sin que suene a cliché) es que no se adapta al mundo actual.

Aun siguiendo la postura de la pedagogía social más tradicional, acerca de que la exclusión social se da debido a la inadaptación social, parecería poder concluirse que, hoy en día, es la escuela la inadaptada. La nueva Ley General de Educación abre caminos nuevos. La ratificación de acuerdos internacionales sobre derechos humanos, derechos del niño y del adolescente, la ley de Diversidad, el matrimonio igualitario, la ley de Salud Sexual y Reproductiva, la Comisión de Participación y muchas otros avances en el ámbito socio-político uruguayo ofrecen un panorama por demás positivo. Ahora nos toca a los educadores ser partícipes del cambio, ser los que lleven adelante en la práctica concreta el espíritu de nuestra generación. Nosotros, los docentes, somos la esperanza del sistema educativo.

Los alumnos son, asimismo, la esperanza de los docentes. Cuando la instrucción no coincide con las experiencias y observaciones que actualmente el individuo se encuentra sintetizando a través de la reflexión, se abre una especie de vacío educacional. Se abre una brecha entre el educando y el educador donde los contenidos no tienen sentido alguno para el alumno. Sólo se adscriben a este proceso aquellos alumnos que desarrollan cierto gusto por esos contenidos, aunque en ningún caso ese gusto se orienta a todos los contenidos, sino que se seleccionan según la voluntad o intencionalidad nacida de la reflexión (impregnada de emoción) que sintetizó la observación y la experiencia anteriores.

Si hay demasiado choque o distancia entre lo que el educador enseña y lo que el educando observa-aprende-emociona-reflexiona, entonces la educación deja de funcionar. Como plantea Merieu a lo largo de su obra, todo intento de educar o enseñar en contra de la voluntad del educando está destinado al fracaso.

En el presente, los distintos grupos sociales que conviven en las comunidades uruguayas y del mundo tienen realidades tan diferentes e incluso antagónicas, que es imposible pretender que la instrucción y el aprendizaje coincidan en el aula, y mucho más para un grupo de individuos. Es más, no sabemos hasta dónde no ha sido esa pretensión, como plantea Freire[4] al hablar de “extensión”, la que ha conducido a la sociedad a su estado actual, con individuos que se perciben y son percibidos como incluidos y otros que se perciben y son percibidos como excluidos de ese impreciso, aunque bien instaurado, imaginario colectivo.

Ahora bien, si la instrucción no coincide con la voluntad o intencionalidad del individuo, es porque la realidad fuera de la escuela está disociada de la realidad dentro de la escuela. Eso hace que las experiencias, observaciones, reflexiones y emociones sean completamente diferentes fuera y dentro de la escuela. Y aunque, como plantea Estanislao Antelo, intentemos meternos, entrometernos y heterometernos[5], no haremos otra cosa que aumentar la tensión intergeneracional, fomentar el estrés y la violencia en los centros educativos.

Alguno podría objetar lo antedicho usando un argumento como el siguiente: “Un conocimiento emancipatorio debe partir de la contingencia y, por tanto, debe asumir la responsabilidad de hacer frente al olvido, desde un trabajo de la memoria, pues la falta de ésta es una de las causas de que la historia se repita - como lo afirmó Walter Benjaminavance – en una dialéctica de progreso y barbarie”[6]. Hay algo importante que señalar: la memoria de los pueblos ha estado siempre condicionada por una intrincada serie de factores. En cualquier caso, aun contando con la supuesta transmisión de esa memoria, los pueblos del mundo han vivido en la dialéctica de progreso y barbarie durante siglos. De manera que perfectamente podríamos prescindir de ella, y dedicarnos a la construcción conjunta para dejar nuestro legado a las generaciones futuras, respetando y admitiendo la libertad que tiene cada uno de aprehenderlo o no, según le dicte su conciencia. Quédese tranquilo el lector, que si hay cosas en el pasado que no hay que repetir, si los nuevos seres humanos están realmente preocupados porque no se repitan, no permitirán que pase. Pero no queda otra que, como buenos padres, esperar hasta que los más jóvenes aprendan de sus propias experiencias, pues por más que les llenemos la cabeza con discursos sobre el peligro de determinados actos, hasta que no los experimenten o cuando menos los contemplen, no tendrán una verdadera razón para desestimarlos.

Siendo más positivos, podemos albergar la posibilidad de que encuentren la manera de hacer de esos actos, algo productivo, como tal vez no lo hemos logrado hasta ahora. Por eso mi opción como educador (no es casualidad que me desempeñe en el área de lengua y literatura) es la de la comunicación. Expresarnos para comunicarnos, sentirnos, empatizar, relacionarnos, aceptarnos, entendernos y crear en conjunto. Intento cada año unificar el mandato institucional y el programa con las voluntades de los estudiantes, no importa cuán divergentes sean. Porque creo en la educación, creo en la paz y en la sana convivencia.

En su trabajo sobre educación noviolenta, A. Marquina, parafraseando a Silo dice lo siguiente: “El conocimiento más importante para la vida no se encuentra ni en los libros, ni en las leyes universales, ni en las teorías, etc., porque ese conocimiento es una cuestión de experiencia personal, íntima, que está referido a la comprensión del sufrimiento y su superación”[7].

El Uruguay y el mundo del siglo XXI son un modelo para armar. Pero lo estamos armando todos por separado, bajo el ímpetu de la competencia como negación del otro (Maturana 2001). Una negación del otro que se manifiesta en la crítica y en la calificación del otro. Si pretendemos cambiar procederes, de cierto nadie lo hará sin que le den argumentos de peso. El intercambio, la escucha y la comprensión entran en juego cada vez que hablamos del futuro.

La educación es la vocación de mi corazón, puedo aseverar con la mano en el pecho, como dijo Patch Addams: “puedo ser un colega abnegado, trabajando a la par de ustedes, o puedo ser una espina en el zapato”. En cualquier caso, seguiré trabajando porque tengo la plena certeza de que la educación es lo que yo puedo aportar para el futuro de la humanidad.

Lo más llamativo es que quienes están en los lugares de poder, en todos los órdenes sociales, así como lo exigen los que no lo están, dejan librados al antojo de la circulación de capitales la administración de la tierra y los recursos, así como todo lo que es asible y controlable, en tanto intentan, una y otra vez, poner controles a lo incontrolable: el pensamiento y las emociones humanas.

En el fondo, a veces pienso que la voluntad política, cuando intenta educar al pueblo según tal o cual esquema, según tal o cual libro, desconoce al otro con el que trata. Prefiere, cual pedagogo tradicional, predecirlo, encaminarlo, dirigirlo sin consultarlo más que simbólicamente. Prefiere someterlo a vanas generalizaciones, disfrazadas (un disfraz creído por todos) de estudios estadísticos, encuestas y planificaciones rigurosas. Luego califica con números el valor humano. Eso es lo que hemos aprendido a hacer en las escuelas, liceos y universidades durante dos siglos, por eso no juzgo a quien lo hace, pero sí advierto para que la elección sea a conciencia.

Una cita de R. Hubert: “o bien la educación es plena y exclusivamente social, y no es verdaderamente educación, o lo es plenamente y no puede ser, entonces, por entero social […] Existe en todo individuo una realidad subjetiva, digamos, si se quiere, un fondo o un residuo misterioso, que es, precisamente, lo que hace de él un individuo, por lo que escapa al conformismo y se instala fuera de él”[8].

La educación que es enteramente política no es plenamente educación. El comportamiento violento que está atornillado en nuestras instituciones educativas no es plenamente educación. Las brechas intergeneracionales que surgen de la imposición no son plenamente educación. Llegar a lo plenamente educativo es tarea de todos los que directa o indirectamente estamos involucrados en ello. Por eso, la ley actual orienta la educación a la participación.

Tal vez educación, cambio social y política, con toda su carga de significación, deberían comenzar a transitar caminos realmente integradores. Tal vez sea posible pensar en una escuela como centro de aprendizaje y no como centro de enseñanza. Centros de aprendizaje, para todos los que participan, en la convivencia, el amor y el respeto y no tabernáculos de contenidos obligatorios, donde las pizarras se transforman en toboganes de información. Tal vez los adultos deberíamos comenzar a creer en nuestros pequeños, en sus potenciales, en su deseo de aprender y de comprender el mundo. Si de ellos es el futuro, no tener fe en ellos, significa negar el futuro de la humanidad.

El mundo ya está cambiando. Nos lo vienen diciendo los libros desde hace décadas. Lo podemos ver por la ventana de nuestras casas. Lo vemos en los medios, en las oficinas, en los diarios. Aceptar el cambio es una forma de poder ser partícipes del mismo y darle dirección y sentido. Seamos optimistas. Ahora es el momento de elegir el rumbo entre todos. Ahora es el momento de ver lo invisible.

¿Qué tal si dejamos de hablar de generaciones anteriores y posteriores? Podríamos dejar de lado las diferencias sociales, podríamos abandonar la imposición del primero que llegó, la violencia fundamentada en cargos institucionales y la negación del otro (Maturana, 2001); y empezar a pensar que todos, por más que vivamos en distintos barrios, más allá de no compartir una misma cultura, aun siendo de diferentes edades, ocupando distintos puestos en la sociedad, estamos compartiendo el mismo tiempo en el mundo. Por tanto, sólo el acuerdo de las voluntades, el diálogo y la comprensión nos pueden sacar de este embrollo en el que, como humanidad, nos hemos metido.

Educar según una utopía es quitarse la venda de los ojos para caminar. Y la manera que se me ocurre, y por tanto propongo, de aunar las voluntades, es sumándolas. La tuya, la mía, la de todos...


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[1] Al respecto de esto decía Parménides que Uno y el Ser ya son dos…


[2] Humberto Maturana “Emociones y lenguaje en educación y política”. Santiago de Chile, Dolmen, 2001.


[3] Paulo Freire y Frei Betto “Esa escuela llamada vida” Sâo Paulo, Legasa, 1985.


[4] Paulo Freire “¿Extensión o comunicación?: La concientización en el medio rural” Brasil, Siglo XXI, 1998


[5] Este artículo fue publicado por el mismo autor en su blog http://www.estanislaoantelo.com.ar/; y aparece publicado en “Educar: ese acto político” Frigerio y varios, Buenos Aires, Del Estante, 2005


[6]Ricardo Delgado Salazar “Educación para la emancipación: desafíos para las prácticas de formación de docentes”. Revista Magis, Bogotá, volumen 2, número 3, julio-diciembre 2009.


[7]Aurora Marquina Espinosa “Aportes para una educación noviolenta: teoría y práctica del humanismo universalista”, Virtual Ediciones, Chile-España, 2003.


[8]Citado en Violeta Núñez 1999.

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