Una mirada a las lógicas sociales
Muchos están intentando establecer un modelo de
educación igualitaria o equitativa. El argumento más fuerte, tal vez por
repetido, es la búsqueda de la democratización del acceso al patrimonio
cultural. Violeta Núñez lo plantea de la siguiente manera: “Se trata de reinscribir la noción de desamparo social, sustrayéndola
de un mero concurso benéfico-asistencial para instaurar el derecho al acceso-de
amplios sectores sociales- a lo que, en palabras de Gramsci, definimos como la
actualidad de la época”[1].
El problema es que este supuesto se topa de
lleno con el problema de la diversidad: ¿Cuál es el patrimonio cultural? ¿Es
todo lo que existe como objeto de cultura hasta el nacimiento de una persona?
¿Es sólo una parte de todo eso, que es la reconocida por ciertos ámbitos
políticos o académicos? Lo cierto es que la diversidad lleva a que siempre
existan personas que estén haciendo o diciendo lo que otras personas encuentran
intolerable.
Más allá de ello, intentamos construir espacios
comunes, como espacios que se logran a través del diseño de un proyecto de
convivencia. Paulo Freire plantea que “el educador distingue libertad de
libertinaje”[2],
porque la libertad es hacer lo que se quiera, mientras no se vulnere del
derecho del otro. Si ejercito responsablemente la libertad, se supone que tengo
que hacer, algunas veces, cosas que no me gustan en pos de un bien común. La
libertad en la vida en sociedad, desde esta perspectiva, sólo puede existir
condicionada.
Los planteos de Foucault[3], que en nuestro país pueden verse reflejados
en el estudio realizado por José Pedro Barrán, echan algo de luz sobre este
tema. A lo largo de las épocas, las clases dominantes han intentado imponer un
modelo de sociedad al resto de las personas con que conviven. Dentro de lo que
Barrán[4] llama “sensibilidad bárbara”, esas clases
dominantes, representadas por la iglesia y los organismos gubernamentales,
castigaban el cuerpo del individuo que no aceptaba el orden impuesto. Con el
correr del tiempo, estos organismos represores fueron compartiendo su papel en
el proceso de dirección de la sociedad con otras instituciones, como la familia
y la escuela, mediante métodos más refinados, que Barrán coloca dentro del marco de una “sensibilidad
civilizada”. El castigo del cuerpo pasa a ser sustituido por el castigo del
alma, y de la mente. El adoctrinamiento ahora toma un papel primordial. Pero el
objetivo permanece: mantener un orden establecido, básicamente a través de la
represión de todo aquello que no forma parte de la lógica de ese orden.
Eric Fromm identifica en estos procesos el
germen del fascismo citando a John Dewey: “La
amenaza más seria para nuestra democracia no es la existencia de los estados
totalitarios extranjeros. Es la existencia de nuestras propias actitudes
personales y en nuestras propias instituciones, de aquellos mismos factores que
en esos países han otorgado la victoria a la autoridad exterior y estructurando
la disciplina, la uniformidad y la confianza en el ‘líder’. Por lo tanto el
campo de batalla está también aquí, en nosotros mismos y en nuestras
instituciones”[5].
Dicker (2009), habla de que uno de los
discursos referidos al cambio social, plantean este cambio como deterioro, y
que en parte se debe a medir el presente según un pasado idealizado, impreciso
cronológicamente, que además funciona de una manera inexplicablemente homogénea
debido a la falta de fidelidad con respecto a ese pasado. Esa falta de
fidelidad es fruto de ver al pasado con una especie de memoria selectiva. Y ese
pasado, así de injustamente presentado, se utiliza en el discurso del cambio
como deterioro con carácter normativo. Se impregna de la noción de una esencia
que hay que rescatar, y que es válida para todo el mundo. Todo ello se traduce
en un gesto nostálgico que produce lo que la autora llama “léxico del
desastre”, que es el vocabulario que va tiñendo la realidad actual de una
sensación de decadencia.
Creo que es necesario poner una advertencia
sobre esta forma de ver el mundo. Porque es peligrosa. Sólo tiende a aumentar,
a pronunciar las diferencias, y presos de la tendencia a “negar al otro”[6],
como dice Maturana, la masificación de este fenómeno sólo ha demostrado acabar
en la represión, en el enfrentamiento por el poder.
Canta Pablo Milanés: “[la libertad] no puede ser más grande que nosotros mismos. No puede ser
más bella que como la concebimos. Es un feo retrato destruido por la fuerza del
tiempo en su interior. Es un lindo fracaso sostenido de una buena mirada con
amor.”[7]Disfrazado
de buenas intenciones, el miedo se apodera, por épocas, de las personas. Hobbes
planteaba que el pueblo, presa del miedo, entregaba su libertad al gran
leviatán[8].
El contractualismo, por más que hoy haya sido desplazado por otros paradigmas,
todavía tiene planteos vigentes. Y es todo lo que diremos aquí sobre este tema.
Al parecer, es una exigencia de la vida en
sociedad la existencia de normas que regulen el comportamiento de sus miembros,
a fin de poner a todos a salvo. Sin embargo, hay momentos en la historia (como
el momento al que asistimos hoy) en que las excepciones a la regla son
demasiado abundantes como para plantearlas en términos de excepciones. De ese
modo, se gestan nuevas formas de estar en el mundo en grandes sectores de la
sociedad, en los cuales, en muchos casos, no existe un parámetro fijo de
conducta, la represión es sólo policíaca y la educación es un proceso aleatorio
y sujeto puramente a los eventos que la vida ofrece a cada ser humano que allí
habita.
Algunos sociólogos, desde sus cómodos sillones
académicos, denominan a estas manifestaciones como contracultura, en la medida
en que se distinguen por contraste respecto al orden hegemónico. Eduardo
Galeano, buscando conmover (o vender) a los lectores les llama “los nadie”,
“los desechables”[9]el
folclore nacional se llena de música y obras de arte para sensibilizar(se) con
la pobreza y el desamparo. Y así, cada quien a su manera denomina a estos y a
otros grupos humanos que, aunque se crea que no, forman parte del entramado
social en el que vivimos. Sin embargo se habla de ellos como que no lo son,
sino que están marginados, excluidos, no integrados.
Ante la aparición de estas nuevas lógicas en la
vida en sociedad se nos plantean varias preguntas en torno a las cuales
intentaremos reflexionar.
¿Son manifestaciones de la cultura diferentes? Deberíamos
para esto, como mínimo, mencionar algún marco conceptual desde el cual
posicionarnos para hablar de cultura. Pero dadas las limitaciones que el tiempo
y la propuesta imponen en el alcance de este trabajo(y el problema de las
imprecisiones semánticas), no podemos hacer aquí un abordaje completo de un
tema tan extenso. Sin embargo, como hemos de toparnos a cada paso con el
concepto de cultura a lo largo del ensayo, aunque sin adscribirnos a una
corriente de pensamiento determinada, presentamos un aporte de Jesús Mosterin,
uno de los investigadores en torno al concepto de evolución cultural:
«La cultura no es un fenómeno
exclusivamente humano, sino que está bien documentada en muchas especies de
animales superiores no humanos. Y el criterio para decidir hasta qué punto
cierta pauta de comportamiento es natural o cultural no tiene nada que ver con
el nivel de complejidad o de importancia de dicha conducta, sino sólo con el
modo como se trasmite la información pertinente a su ejecución. […] Los chimpancés
son animales muy culturales. Aprenden a distinguir cientos de plantas y
sustancias, y a conocer sus funciones alimentarias y astringentes. Así logran
alimentarse y contrarrestar los efectos de los parásitos. Tienen muy poco
comportamiento instintivo o congénito. No existe una 'cultura de los
chimpancés' común a la especie. Cada grupo tiene sus propias tradiciones
sociales, venatorias, alimentarias, sexuales, instrumentales, etc. […] La
cultura es tan importante para los chimpancés, que todos los intentos de
reintroducir en la selva a los chimpancés criados en cautividad fracasan
lamentablemente. Los chimpancés no sobreviven. Les falta la cultura. No saben
qué comer, cómo actuar, cómo interaccionar con los chimpancés silvestres, que
los atacan y matan. Ni siquiera saben cómo hacer cada noche su alto nido-cama
para dormir sin peligro en la copa de un árbol. Durante los cinco años que el
pequeño chimpancé duerme con su madre tiene unas 2.000 oportunidades de
observar cómo se hace el nido-cama. Los chimpancés hembras separados de su
grupo y criados con biberón en el zoo ni siquiera saben cómo cuidar a sus
propias crías, aunque lo aprenden si ven películas o vídeos de otros chimpancés
criando.». [10]
Lo diferente de esta visión de lo que puede ser cultura tal vez sea que
atiende a la característica principal de la misma, que es una creación de ciertas
especies animales, a diferencia de los procesos que realiza la naturaleza, por
ejemplo, el movimiento de la tierra, las estaciones del año, las mareas e
incluso la conducta de las abejas que hacen sus panales, elaboran miel, se
orientan para encontrar el camino de regreso pero, que a pesar de eso, no
constituyen una cultura, pues todas las abejas del mundo hacen exactamente lo
mismo, de manera mecánica, sin mostrar variantes.
Muy diferente es lo que ocurre con las obras,
ideas y actos humanos, ya que estos transforman o se agregan a la naturaleza,
por ejemplo, construir casas con diseños diferentes, conducir vehículos, tocar
música, o desarrollar un lenguaje. Éste último ejemplo puede considerarse un
eje vertebral de la construcción de la cultura, puesto que, a riesgo de
mudarnos de paradigma sobre la cultura (hacia una concepción simbólica), los
significados elaborados socialmente cobran un papel vital en el proceso de
desarrollo cultural de un grupo social, cuando se trata de seres humanos.
Tengamos en mente también los aportes de
Heidegger, el cual, desde su crítica al humanismo, destaca la importancia de
que el hombre es quien propone la pregunta sobre el ser de los entes y sobre su
propia esencia[11].
Deberíamos considerar además que la transmisión
de la cultura es una herramienta que responde a necesidades humanas. El
lenguaje, sobre el que se asienta la cultura, como mencionamos antes, también
lo es. Y la cultura misma es el conjunto de todas las «herramientas humanas» y
todo lo relacionado con ellas. Entonces, no deberíamos sorprendernos con que
cambien y se reinventen.
Ahora bien ¿Por qué sucede que ciertos grupos
sociales que se nombran como contextos críticos, marginales, o como sea que les
llamen (porque generalmente metemos en la misma bolsa a todo lo que más o menos
se acerque a esas definiciones, para que carguen con el peso del resentimiento
que se origina en el temor del resto de la sociedad, que a su vez asocia a
ellos delincuencia, prostitución, vicios y males) desarrollan otras lógicas con
respecto al modelo social hegemónico?
Tal vez un argumento podría construirse en torno a una respuesta, al
menos provisional: porque surgen de una manera, digamos “silvestre”, debido a
un proceso de exclusión que alcanza proporciones masivas, y que trae por
consecuencia la ruptura del proceso de transmisión de una parte importante,
cuando no de todo el patrimonio cultural que menciona Violeta Núñez (1999). Esa
ruptura de la enculturación obliga a la creación de nuevos patrimonios
culturales. Lleva a la invención, y por supuesto, a la reinvención.
Si esto fuera así, o en última instancia, si
hubiera algo de acertado en estas afirmaciones, podríamos asumir que el ser
humano es un animal con notoria facilidad para desarrollar herramientas humanas
tan pronto convive con otros de su especie,
y como tal estaría reinventando el patrimonio cultural desde otras
lógicas, aunque en la realidad concreta viva en la vereda de enfrente (o en la
manzana de adentro) de donde se instala la cultura hegemónica.
Y luego de todo esto ¿Cuál sería el papel de la
educación en estos ámbitos? La respuesta que se da hasta ahora es inclusión,
enseñanza de contenidos que permitan a los excluidos sentirse incluidos. Pero
el modelo o los modelos educativos que se aplican en otros contextos
socio-culturales inmediatamente pierden validez en términos de adecuación, pues
no responden a las mismas lógicas, ni a las mismas necesidades, ni a los mismos
códigos (en el sentido lingüístico) de relacionamiento y comunicación. Por
tanto, parece valedera y por demás pertinente la creación de otras formas de
educar, basadas en criterios, metodologías, contenidos y hasta perfiles de educadores
adecuados a estos contextos. En apariencia podría ser así, al menos
provisionalmente.
No sabemos qué tan simpática pueda caer la idea
de educar desde y para otro modelo social dentro de una misma comunidad. Seguro
a muchos les provoque temor y salgan corriendo a llamar al Leviatán ante una
afirmación semejante.
Así que centremos la atención en la otra
vereda. Suponiendo que existe algo así como una cultura hegemónica, y no sea en
realidad una manifestación más de la falsa conciencia que denuncia Martinis(2009)
¿posee esa cultura dominante o normalizada la homogeneidad que se cree que
posee para hablar de inclusión o exclusión respecto a ella?
Pongamos el ejemplo de un espacio áulico, donde
un docente, con una propuesta más o menos tradicional, con una postura
pedagógica más o menos tradicional, y con métodos más o menos tradicionales,
califica a un chico(a) inquieto, distraído, que no cumple con tareas, no
participa en clase y molesta, con un 2 y a otro(a) que hace todo “como debe
ser” con un 12. ¿Hay allí dos individuos que tienen capacidades diferentes, que
tienen niveles distintos de adecuación a la propuesta del docente? ¿Hay un
adaptado y un inadaptado? ¿O será, tal vez, que son dos individuos con
necesidades educativas diferentes? Si se nos permite la metáfora ¿Qué nido-cama
habrán visto construir estos dos chicos? ¿El profesor tendrá simpatía por uno
más que por el otro? (porque hay que recordar que es humano) ¿Estará habiendo
algún tipo de fenómeno psico-socio-poli-econo-bio-etceteralógico que afecte la
escala evaluatoria en la que el docente se basa al poner las notas? Sigo con el
razonamiento, pero les reconozco que me tienta seguir preguntando… Es tan poco
lo que sabemos a ciencia cierta sobre el aprendizaje… y toda ciencia cierta
puede estar encontrando su excepción cada vez que entramos a un aula, porque
cada estudiante, cada momento, cada palabra que se emite en un tiempo y
espacio, son únicos.
Dado que el proceso de adquisición del
lenguaje, por más que se dé en lo social, es completamente individual, para
cada ser humano existe un sistema de significación único e irrepetible. Por
tanto ¿Es viable plantearse la univocidad de la cultura hegemónica?
Yendo aún un poco más allá, podemos
preguntarnos si de verdad las personas que están en la vereda excluida se
sienten excluidas. Numerosos son los casos de familias a las cuales se ha
extraído de los barrios pobres en que se encontraban, para darles una vivienda
en otro lugar, reinstalarlos y mejorar su calidad de vida. Sin embargo, estas
familias difícilmente se adaptan a su nuevo entorno, más bien terminan
vendiendo la propiedad por sumas irrisoriamente bajas de dinero, para así poder
comprar una ocupación (porque legalmente no son propiedades) en su antiguo
barrio.
Aún dentro de la cárcel, podemos ver casos de
reclusos que son puestos en libertad, y por no poder adaptarse, retornan a la
seguridad de su entorno conocido, a las lógicas a los que la vida los
acostumbró. Al ambiente al que pudieron adaptarse luego de años de continua
repetición.
Hay que preguntarse también si las personas que
plantean como incluidas verdaderamente lo están. Muchos vivimos con la
sensación de que somos de otro planeta cuando observamos los comportamientos,
las normas, las leyes, los mores de la sociedad en la que vivimos. Otros tantos
sufrimos, presas de la discriminación, del tedio, el desplazamiento psicológico
del odio y la impotencia.
Dejamos una interrogante más para el final, por
ser la más candente: ¿qué tan excluyentes o poco válidas son esas lógicas que
hoy día se están impregnando cada vez con mayor fuerza entre la gente que se
supone que pertenece al modelo hegemónico?
Al revés de lo que le preocupaba a Paulo Freire
en su libro “¿comunicación o extensión?: la concientización en el medio rural”,
donde se preocupaba porque los agrónomos versados en cuestiones del campo
invadían culturalmente a los campesinos; ahora, el lenguaje de la cárcel, las
conductas, formas de vestir, hablar y actuar de los barrios más vulnerables del
país se cuelan por las grietas de la misma sociedad que los excluyó. Y los que
temen son los fanáticos de lo culto, que sufren escalofríos cada vez que las
manifestaciones culturales de la otra vereda ganan otro adepto.
¿Qué pasa entonces? ¿Puede ser que sean más
válidas las culturas «silvestres» que las civilizadas? ¿Es una más natural y la
otra más artificial? Al menos los que adoptan estas formas culturales
«silvestres» sienten realmente que son parte del proceso, que su paso por allí
deja una huella, y se sienten realmente parte de esas lógicas y de ese modelo
cultural porque a nivel emocional y lingüístico logran una identidad legítima.
Volviendo a observar eso que llaman cultura
hegemónica, una mirada histórica a las
relaciones sociales muestra que los discursos sobre la libertad del individuo y
el respeto de la misma, cristalizados en la declaración universal de los
Derechos Humanos, han hecho que los mecanismos de represión y control, como lo
fueron en su momento la iglesia, la escuela, la policía, la familia, hayan
perdido en gran medida el poder de reprimir y controlar la conducta de los
individuos. El modelo hegemónico de la sociedad de hoy está fragmentado,
desvirtuado, desarraigado. Nótese que las tres palabras tienen fuertes
connotaciones negativas, pido al lector que las vuelva a leer intentando quitar
toda acepción negativa a los términos: hoy en día están cayendo las máscaras de
los perpetradores de esta magnífica charada mundial. Tal vez afortunadamente, el
modelo social del siglo XXI está librado a la construcción de y por los actores
que le dan sentido y existencia.
Desde ese punto de vista, la exclusión no
sería, en realidad, un fenómeno que se dé porque exista un modelo central de
sociedad al cual ciertos individuos, por razones diversas, no se adscriben (no
se adaptan, no acatan, no siguen, no se integran); sino que se definiría, en
términos económicos, como la ineptitud del sistema actual para brindar igualdad
a todos los seres humanos; y luego, en lo social, como la incapacidad actual que
tiene la sociedad en su conjunto de aceptar su propia diversidad.
Extraído con algunos ajustes, de un ensayo realizado en conjunto con Pablo Pepe y Katerin Alvez, estudiantes de Educación Social. Agradecimiento especial a la Prof. Muriel Presno por el desafío que nos planteó de comenzar a escribir nuestras ideas.
[1]Violeta Núñez “Pedagogía social: cartas para
navegar en el nuevo milenio” Buenos Aires, Santillana, 1999.
[2]Paulo Freire “¿Extensión o comunicación?: La
concientización en el medio rural” Brasil, Siglo XXI, 1998.
[3]Michel Foucault “Vigilar y
castigar: nacimiento de la prisión” (obra de 1975), Madrid, Siglo XXI y
B.Nueva, 2012.
[4]José Pedro Barrán“Historia de
la sensibilidad en el Uruguay”, Montevideo, Banda Oriental, 2011.
[5]Eric Fromm “El miedo a la libertad” (1941),
Buenos Aires, Paidós, 2008.
[6]Humberto Maturana “Emociones y lenguaje en
educación y política”. Santiago de Chile, Dolmen, 2001.
[7]Pablo Milanés “La libertad” - Álbum “Regalo” México, Universal Music, 2008.
[8]Thomas Hobbes “Leviatán: o la materia, forma y
poder de una política eclesiástica y civil”. Inglaterra, 1651.
[9]Eduardo Galeano “Úselo y tírelo: el mundo visto
desde una ecología latinoamericana” Buenos Aires, Planeta, 1994.
[10] Jesús Mosterín, ¡Vivan los animales!
Madrid, Debate, 1998: 146-7, 151-2
[11]Martin Heidegger “Ser y Tiempo”(1927) Edición
electrónica Escuela de Filosofía Universidad ARCIS, 2008.
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