Cuando habla un docente
La libertad de expresión
para un docente
es una entraña que segrega chorros de eufemismos.
La obligación.
La libertad abandona las bocas
cuando los profesores entran en los salones.
No se les paga para decir la verdad.
Vaya a saber para qué se les paga
(y cuánto).
Por eso, cuando habla un docente
más vale
no creer en su discurso
porque es un discurso sesgado por la censura.
Más vale mirar las últimas novedades digitales.
Más vale mirar para afuera.
Vale más casi cualquier cosa.
Lo que habla un docente
es una caravana de palabras al pedo.
El arte, por su parte, está lleno de sinceridades.
Y la ciencia, con licencia, intenta ser lo más fiel a la verdad posible.
Un docente puede ser sincero
siempre y cuando
otro que esté en el programa haya sido sincero acerca de lo mismo.
El docente no sabe, si no que sabe lo que se sabe.
Porque es mejor que el docente no piense.
Que agarre sus materiales y repita.
Que los alumnos repitan lo que repite.
Y así todos contentos.
Y así todos callados.
Como rayos, como hachazos
descienden los discursos.
Y los amos de la verdad
(los que están de turno)
sonríen en sus cúpulas de anchas paredes
y fabrican cocodrilos de papel
que comen esperanzas
destrozan relaciones
y, oportunamente,
se amontonan en los archiveros.
Pero no nos olvidemos
que la verdad sigue existiendo
aunque no se diga,
aunque no se admita,
aunque no se vea,
aunque no haya espacios en blanco en las actas para ella
y no se escriba.
La verdad no siempre es fácil de ver
Es más, la verdad a veces es más bien difícil.
Pero está siempre a la vista para quienes la quieren ver.
La verdad siempre se escapa
de las cárceles
pues la verdad existe fuera y dentro.
En el infinito donde todo es uno.
para un docente
es una entraña que segrega chorros de eufemismos.
La obligación.
La libertad abandona las bocas
cuando los profesores entran en los salones.
No se les paga para decir la verdad.
Vaya a saber para qué se les paga
(y cuánto).
Por eso, cuando habla un docente
más vale
no creer en su discurso
porque es un discurso sesgado por la censura.
Más vale mirar las últimas novedades digitales.
Más vale mirar para afuera.
Vale más casi cualquier cosa.
Lo que habla un docente
es una caravana de palabras al pedo.
El arte, por su parte, está lleno de sinceridades.
Y la ciencia, con licencia, intenta ser lo más fiel a la verdad posible.
Un docente puede ser sincero
siempre y cuando
otro que esté en el programa haya sido sincero acerca de lo mismo.
El docente no sabe, si no que sabe lo que se sabe.
Porque es mejor que el docente no piense.
Que agarre sus materiales y repita.
Que los alumnos repitan lo que repite.
Y así todos contentos.
Y así todos callados.
Como rayos, como hachazos
descienden los discursos.
Y los amos de la verdad
(los que están de turno)
sonríen en sus cúpulas de anchas paredes
y fabrican cocodrilos de papel
que comen esperanzas
destrozan relaciones
y, oportunamente,
se amontonan en los archiveros.
Pero no nos olvidemos
que la verdad sigue existiendo
aunque no se diga,
aunque no se admita,
aunque no se vea,
aunque no haya espacios en blanco en las actas para ella
y no se escriba.
La verdad no siempre es fácil de ver
Es más, la verdad a veces es más bien difícil.
Pero está siempre a la vista para quienes la quieren ver.
La verdad siempre se escapa
de las cárceles
pues la verdad existe fuera y dentro.
En el infinito donde todo es uno.
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