Esclavo del amor
¿Dónde quedó la paternidad?
Seguro que tuvieron que ser muchos los no padres.
Debieron ser millones los hombres
que tiraron una semilla al mundo
y nunca más quisieron verla.
¿Cuánto mal debió haber habido para desterrar bien tan sagrado?
¿Cuántos hombres malditos tiene que haber en el mundo
para borrar el universo abierto
en el pecho de un padre?
¿Cuánto rencor de mujer es necesario
para que el hombre renuncie a ese sentimiento?
¿Y por qué ella tiene que odiarlo?
¿Y por qué él tiene que odiarla?
¿Por qué su alma debe corromperse
hasta desear lo mismo que ella?
¿Y quién soy yo para no querer
estar con mi hija,
cuando es el motivo
más puro de mi ser?
Quiero ser parte de su vida.
Y la acción ha sido siempre compañera del deseo.
Deseo que rompe las etiquetas impuestas por la tiranía.
Porque es deseo amoroso, deseo genuino, sentimiento original
que abre los barrotes de la opresión
y nos coloca a ella y a mí ante los más altos jueces de la creación.
A ellos me encomiendo.
Si mi deseo es puro, pido se me conceda.
Y si mi deseo es deshonesto, sea mi alma
castigada con experiencia.
Tal es mi compromiso.
Porque así lo requiere el rol para el que he sido escogido.
Y así será siempre,
hasta el día en que deje esta confusa tierra
de esclavos del amor.
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