La tormenta

Hacía mucho tiempo, que todo el tema sobre la tormenta
no era mucho más que una idea de tormenta.
Idea fija que tenía atormentados
a los meteorólogos.
Historiadores de fenómenos climáticos
que tiran predicciones a la hora del llover.
Puede ser, va a llover, con granizo,
gota grande, gota gorda,
la que estamos esperando, ansiosos,
deseosos de faltar a laburar,
a estudiar, y quedarnos a profundizar
la relación
con nuestro televisor, cocina a gas,
celular y monitor... y cargador.
Pero nunca el lavarropas,
que se desboca de los trapos a lavar
cuando a la tormenta se le dé por aflojar.
Hacía mucho tiempo que la tormenta era idea de tormenta.
Y nos mirábamos acalorados
salir echando bofes al supermercado,
todos traspirados, amontonados
en los ómnibus, las cajas
y otros tantos numerosos
espacios cerrados,
con nuestros congéneres
cercanos y no tan cercanos.
¿Y cuándo viene la tormenta?
Ya nos preguntábamos...
Como que la extrañamos.
La tormenta nos asusta.
¡Tormenta en tres minutos!
¡La tromba mar adentro!
¡Video de tornado!
Y nos desesperamos
porque el próximo podría
ser el barrio de mi tía,
o de la abuela,
la casa de María
y se imaginan... que también podría ser
en lo de Manuela.
Y nos desvela.
¿Qué decir cuando el poder supremo
del lugar en el que habito
colapsa las fronteras de lo que era posible?
¿Qué pensar del meteorólogo?
Tiró alerta amarilla,
anaranjada con café, magenta, azul bombilla
clorofila, ibuprofeno,
butano y sorbitol.
Es lo mismo.
Hoy la tenemos, pasó tirando rayos y granizo.
Llegó, no nos decepcionó.
Las gotas de la lluvia nos justificaron, faltamos,
algunos no, porque no tienen esa chance,
laburan en privados.
Y las alertas poco rigen para los privados.
Saludamos a la tormenta
y recordamos las deidades.
Saludamos a la tormenta y nos sentimos igual
que cuando éramos hombres y mujeres cavernarios.
Gracias por la lluvia.
Cuida los hogares que mi corazón alcanza.
Bajo la tormenta
somos todos iguales.

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