Amorizándonos
Pensaba que el amor era una reliquia que había que guardar.
Se sensibilizó con mi dolor. Yo quería disfrutar pero me dolía mucho. Él lo entendió perfectamente. Fue al baño, y cuando salió lo esperé con su remera puesta, una remera rallada en tonos de verde, azul y amarillo que todavía siento pegada en la piel. La tarde se nos fue de las manos charlando y viéndonos a los ojos.
Creía que tener una persona conmigo era eso, tenerla, reservarla para mí, ser suya y que él fuera mío.
Así tuve mis primeros noviazgos. Yo crecí en un hogar con una familia en la norma de la época: los tardíos años del siglo XX, en los que el amor era de hombre a mujer, de uno a una y siempre bellos los dos, de la mano, en el cine, en el auto. El amor era una centella disparada por los dioses, que provocaba mariposas, espasmos, primeras veces.
Mi primera vez fue con un chico súper especial para mí. Él era compañero de mi clase, estudioso como yo, aunque con otros intereses. A mí me encantaba el Derecho, tanto que hoy lo sigo estudiando, dedicaba horas y horas a la semana a lo que a él le costaba un par de días de lectura, que era entender el sentido de las leyes. Pero él tenía un gusto por las letras, el arte, la ciencia, hasta el deporte y el piano, una sensibilidad que me hacía sentir cómoda, que me permitía cobijarme en la seguridad de su abrazo, que habilitaba el espacio necesario para abrirme a la suavidad de su boca, sus caricias y su juvenil ímpetu.
Teníamos mucho tiempo de arrumacos escondidos entre los muros, detrás de las enredaderas y las cercas, salíamos en mi pequeña moto, yo manejaba y él me daba charla hasta que encontrábamos un lugar en el que expresarnos amor, cortesía, respeto y hasta cierta solemnidad que en algún momento ardía en contacto de los sentidos.
Yo lo amaba. Él me amaba. Era seguro. Un día fui una tarde a su casa y estuvimos solos por primera vez, en la tranquilidad de la expresión del ser. Sus padres se habían ido de campamento y la casa estaba sola. Yo lo sabía. Lo habíamos planeado. Cuando aparecí, él tenía todo listo para hacerme sentir la más amada de las chicas: la bebida sin alcohol, la película para ver, la música escogida para el momento, algo para merendar, su apariencia, su perfume, sus nervios que eran sólo comparables con el alboroto de mis entrañas al entrar a su casa; que aunque no era la primera vez que entraba, sí que sería la primera vez que dejaría entrar en mi cuerpo a un chico.
Se sensibilizó con mi dolor. Yo quería disfrutar pero me dolía mucho. Él lo entendió perfectamente. Fue al baño, y cuando salió lo esperé con su remera puesta, una remera rallada en tonos de verde, azul y amarillo que todavía siento pegada en la piel. La tarde se nos fue de las manos charlando y viéndonos a los ojos.
Luego seguimos encontrando nuestros cuerpos, ya sin dolor, sino con placer. El escenario varió en interiores y exteriores. A parques alejados, a serenidades privadas.
Pero un día él se fue por el verano a casa de sus padres en otra ciudad y yo me confundí. Estando una noche en un baile con unas amigas, se acercó a mí otro chico casi tan bello y me provocó sensaciones que me recordaban a él. Lo besé. Nos besamos. La noche se nos fue y todo me gustó mucho.
Al otro día se lo confesé al teléfono y creo que sufrió pero cuando regresó del verano, me perdonó y continuamos siendo novios. El año siguiente era el último de la secundaria. Había mucho para estudiar y a ambos se nos daba muy bien. A veces se venía a casa y estudiábamos hasta deshoras, que corolábamos de besos y caricias como recreos merecidos entre síntesis, resúmenes, ecuaciones y leyes.
Él era brillante, aunque algo soberbio. Y yo amaba su ternura infantil por más que despreciara su ego adolescente. Tal vez era porque en el fondo éramos demasiado parecidos.
Ese año pasó como una campaña política, intensa, discutida, profunda, reflexiva, atareada... pero breve. El verano volvió a encontrarnos separados. Y yo volví a ese baile casi sin darme cuenta, a encontrarme con ese chico casi sin pensarlo, a besarlo casi sin querer, a tocarlo como lo tocaba a él. Y esta vez no hubo solución. El amor terminó de extinguirse con aquél hermoso ser, que me llenaba, que me hacía sentir completa, aunque por momentos quisiera estar lejos de él.
Y este otro amor no continuó. La vida me depositó en la capital para estudiar la carrera que hoy tengo.
Pasé por otros amores. Pero ya dicen que es muy difícil superar el primero. Luego vinieron el segundo, el tercero, el cuarto y varios más. Amores breves. De esos con poco significado pero que también ocupan, curan las heridas y dejan sus nuevas cicatrices.
Todo para llegar a este punto.
Ahora he vuelto a sentir algo especial. Conocí a un ser planetario, de esos que te hacen preguntarte por el destino, las coincidencias, el azar y el tarot. Un hombre serio y apacible, pero amable y bondadoso, divertido cuando quiere, tranquilo pero feroz, calmado y motivado, un amigo con derechos y amante del corazón. Me acompaña a ver películas que odia con tal de estar a mi lado mientras las vemos. Yo hago lo mismo aunque me cueste.
Compartimos la cama, el baño, la cocina. A veces bebemos juntos cuando es viernes y no hay responsabilidades.
Y cuando compartimos la cama, a veces me dan muchas ganas de hacerle cosas que no son tan femeninas, y él parece responder con actitudes y cosas que no son tan masculinas. Nos fusionamos. Nos incorporamos. Jugamos y nos ponemos serios. Reímos y nos concentramos, hablamos haciendo el amor. Y al final, los orgasmos suelen llegar con risas y secreteos.
Pero él sufre. Y yo no entiendo por qué sufre. La relación todavía no es lo suficientemente profunda. Lo hablamos, y él me cuenta que le gustan también los hombres. Obviamente, no me sorprende.
Han pasado algunos meses y ya no quiero separarme de él. Pero entiendo que él no se siente completo. Así que le propongo que salga con hombres. Incluso le digo que use el apartamento que yo salgo con algunas amigas y me hago la desentendida. Hay algo que me causa ternura y a la vez me excita de imaginarlo con otro hombre en la cama.
Hoy me desperté pensando cómo sería estar con él mientras hay otro hombre cerca. Y se lo planteo. Él se sonroja. No me dice mucho, pero parece gustarle. El juego se ha transformado en otra cosa.
La fantasía se apodera de mi mente. Pero el final es mucho más inesperado. El final y el punto en el que este relato se recuesta con el presente. Conocí en el juzgado a un compañero abogado que me mira todo el tiempo. Me ha visto varias veces con Lautaro y sin embargo parece no importarle.
Está casi llegando la feria judicial y mi compañero, que se llama Andrés nos invita a cenar. Salimos. Fluye algo. Es intenso. Charlamos como si fuéramos adolescentes de nuevo. Hay algo en Andrés que me recuerda a Lauti y a la vez no. Pido otra ronda. Ellos fueron al baño y cuando vuelven ríen, un poco de más. Me miran de una forma extraña, terminamos las copas y salimos del lugar.
Andamos por la ciudad, como tres gatos callejeros. Los trajes y las corbatas y la falda y las camisas parecen molestarnos, ya sea por su desaliño como por la inquietud de estar bajo techo.
El apartamento, un café, sigue la charla y somos tres. No puedo hacer otra cosa que dejarme llevar.
En el hueco del presente, me cabe amor para dos. Y en el hueco del presente les cabe amor a ambos para dos también. Lautaro y yo vivimos juntos. Andrés tiene su casa, pero de vez en cuando nos quedamos allá o él se viene a pasar el fin de semana.
Andrés cocina divino, Lautaro lee en voz alta para los tres, yo preparo el mate. Estamos pensando en reformar el baño para poder bañarnos los tres juntos. La cama se nos hace chica a veces pero lo preferimos así.
Andrés cocina divino, Lautaro lee en voz alta para los tres, yo preparo el mate. Estamos pensando en reformar el baño para poder bañarnos los tres juntos. La cama se nos hace chica a veces pero lo preferimos así.
Las películas nunca habían sido tan variadas. Ni los libros, ni la música, ni los juegos de mesa. Los paseos tienen tantos rumbos que a veces me mareo, que si tocaba teatro, o museo, o baile, playa... lo que seguro es que no iremos nunca a un convento.
Mi alma entendió algo distinto sobre el amor. No sé cuánto durará pero a veces deseo que dure para siempre. Saber que disfrutamos de tanta plenitud, y a la vez tener la certeza de que la muerte nos acecha. Lo profundo de siempre, lo interior latente, el amor como nunca y una cana al mes, voy avanzando hacia lo inesperado, de la mano de dos seres de luz.
Y ahora, más que nunca, vivo en el presente.
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