La violencia en el hogar

Venimos, sin dudas, de una sociedad más tolerante con el maltrato físico.
Las mentes más precarias se guían sólo por aquellos 5 sentidos que nos decían que teníamos, de los cuales el tacto parece ser el más descuidado, a pesar de ser el sentido más potente y sensible.

Basta un poco de lectura de libros de historia, filosofía, sociología, educación social, psicología... para comprender que la humanidad ha utilizado durante siglos la fuerza física para imponerse persona sobre persona.

Guerreros guiados por jefes, generales, monarcas, caudillos y otros nombres que reciben las bestias con poder, se encontraron en los campos para masacrarse en nombre de estas bestias rudimentarias, únicas beneficiarias de la sangre derramada. La conquista. El poder. La hegemonía de los recursos. El dominio.


Durante varias eras, dioses se han erigido entre las multitudes llamando a la guerra, a silenciar las voces de otras creencias.

La paz es un privilegio que se ha logrado haciendo la paz.
La sangre llama a la sangre.


Se puede decir sin temor a equivocarse que la violencia, la imposición de la persona que domina sobre su dominada, está en la naturaleza de la humanidad, y de los seres vivos. Hay parásitos, depredadores, dominantes y dominados en toda la naturaleza. Pero también hay armonía, hay equilibrio, hay convivencia sana, hay simbiosis, hay ecosistema en homeostasis.

El ser humano, tal vez, tiene la oportunidad de escoger un camino.

Pero la naturaleza violenta está tan arraigada en la mente humana, que en el seno de la familia sucede el abuso, ocurre el maltrato, la fuerza física del humano adulto se impone sobre la del humano niño. Fuerza que se usa en aprovechamiento de la disparidad. Atrocidad que se comete en desvirtuación de la confianza.

¿Qué puede hacer un cachorro de ser humano recién nacido, más que confiar en quienes le dan la vida? ¿Puede una criatura humana recién llegada al mundo, que no ve más que manchas y poco a poco comienza siquiera a entender de qué va esta realidad, comprender, comprehender, aprender sin un ancla, sin un bastión, sin un refugio contra el dolor?

Diría que cuando una persona adulta, así grandota como es, se prevalece de su fuerza física para hacer lo que mal llama "educar" sobre el cuerpo y la mente de un ser que apenas viene llegando, cuyo cuerpo aún no se desarrolla, cuya mente está estructurando apenas sus primeras bases; incurre en un atropello espantoso y cruel.

La crueldad de mostrarle a quien recién llega un mundo de dolor. La desgarradora existencia vivida en el desamparo. La violación del lazo más sagrado que existe en la Tierra: el que une una generación con la siguiente. Progenitores y progenie. Pasado y futuro que conviven en un mismo tiempo.

¿En qué se sostiene, dónde encuentra sosiego, cómo se consuela, cuándo reposa el alma de esos pequeñitos y esas pequeñitas, si aquellas personas que se supone sean sus protectoras, sus amparadoras, sus enseñantes, se convierten en los verdugos de su inocencia?


Algunos y algunas lo llaman "amor". Pero el amor no daña. El amor cuida.

EL AMOR NO DAÑA.
EL AMOR CUIDA.


Claro que existen otras formas de mostrar amor, construyendo confianza con honestidad. Pero para eso se necesita que la persona adulta crezca, deje atrás su propio sufrimiento y se haga cargo de sus propias emociones, para entender que nada gana como ser humano, y nada aporta a la humanidad que haga de la pequeña criatura el felpudo para el barro de sus zapatos.

Existe la terapia. Existe la información. Existe la meditación. Existe un paseo por el campo, por la playa. Existe el deporte. Existen los pasatiempos. Existe el baile. Hay tantas, pero tantas existencias que sin duda llenarían el vacío que alimenta el demonio interior. Hay tiempo y sabiduría.

Hay muchísimos caminos para salir del círculo vicioso. Ese círculo del "me pegaban a mí, por eso te pego". Ese círculo del "me gritaron a mí, me hicieron sentir una basura, por eso lo hago contigo". Ese círculo de la repetición descarnada de la insensibilidad, que va agrietando la infancia y convirtiéndola en adultez prematura, en cáscara de olvido, en máscara de sueños.

Los pequeños cachorritos, las pequeñas criaturas humanas no vienen a este mundo a sufrir. Y los humanos adultos tampoco. Es posible dejar el sufrimiento de lado, para construir relaciones auténticas mediante el diálogo, la paciencia.

Cuando los corazones se abren al amor genuino, cada día con una criatura pequeña es un universo de primeras veces revividas. Padres y madres, abandonen la pereza del grito y el golpe. Muévanse de donde están y acompañen a sus hijos e hijas a descubrir el mundo.

Pidan perdón a la deidad que adoren por lo que han hecho mal con sus hijos e hijas. Perdónense ustedes también y gocen la vida que les ha sido dada.


Disfruten del placer de la lectura de un cuento infantil. Habiliten el soñar, permítan(se) la utopía, el ideal, la fantasía. Corran, bailen, jueguen, con la seriedad con que juegan los pequeños retoños.

Dejen el celular cuando son padres y madres, úsenlo cuando las criaturas duermen o están en las escuelas. Busquen información sobre cómo criar sin violencia, cómo superar las dificultades que encuentran en la crianza, en sus emociones. Hay un mundo sorprendente de información esperando por ustedes, hay foros, videos, libros, miles de recursos.

Aléjense de las distracciones, especialmente en la primera etapa de la infancia de sus hijos e hijas. Sean ustedes lo que esperan de la humanidad, sean ustedes lo que esperan de sus hijos e hijas; pues ellos y ellas aprenden de lo que hacemos, no de lo que decimos.

Sean veraces con sus hijos e hijas, y especialmente, cuiden su palabra como padres y madres pues es lo más valioso que tienen. Nunca prometan lo que no pueden cumplir, y si prometen, siempre, cueste lo que cueste, cumplan.

Y más que nada en el mundo, tengan esperanza en las nuevas generaciones. Esperanza en sí mismos. Dejemos a nuestros hijos y nuestras hijas un mejor mundo del que encontramos al llegar. Seamos audaces y ejercitemos la fe en la humanidad, cristalizada en la forma más pura del amor: el amor que une a un padre y una madre con sus hijos e hijas.

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