Cumpleaños (escrito en diciembre de 2019)
Se termina otro año y la vida continúa avanzando. La cultura pasa raya en 12 paquetes de 30, más o menos, nunca exacto y siempre certero.
Otro cumpleaños.
Otro cierre escolar, liceal, universitario. Otra feria judicial, otra noche buena y otra navidad y otra noche vieja: otro año que se termina.
Y para mí se cierra un ciclo. Un ciclo caótico de búsqueda y hallazgo, de comprensión y aprendizaje, de desaprender.
Mi cuerpo no es el mismo que hace unos años y sin embargo he tenido tiempo de naturalizarlo.
Mi paciencia no es la misma. Pero eso no puedo naturalizarlo.
Debo caminar hacia otros horizontes. Mi deuda es con el alma. Debo ver más allá de lo simple y conveniente, debo ver más allá de lo cercano, más que lo común y sobre todo, más a mi manera.
Me agobia el cuchicheo roto. La comadreja perfumada. Las camisas y los lentes.
Me cansa el poder y su incomodidad dentro del saco de carne, pero más me cansa que se acomode.
Rechazo las zapatillas y los números, los juicios y las mentes con almas ocultas, silentes, oscuras.
Prefiero y llamo al destino célebre. Anhelo la salud y la libertad. Brego por converger en mis mundos, por inhalar fantasía y exhalar construcciones.
Mi alma está lista para desafíos a otras alturas, donde las alas de gaviota tienen que tomar la forma de las del águila.
Desarroparme de la comodidad de lo logrado y arrojarme gustoso al torbellino de la virtud incierta y acertada, imposible y a medio hacer, utópicamente real, la de la quimera cristalizada en polisémico impacto.
Que zozobre la voluntad que se fía de las certezas, estas certezas. Y que esta irracional y profundamente sabia nave humana se adentre en las profundidades más allá del piélago de la innovedad.
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